21. Dos aspectos finales. Primero: el tema de la anticoncepción no es periférico, sino central y serio en el caminar de un católico con Dios. Si se realiza con conciencia y libertad, la anticoncepción es un pecado grave, porque distorsiona la esencia del matrimonio: el amor de auto-donación (self-giving) que, por su misma naturaleza, es dador de vida (life-giving). Quiebra lo que Dios ha creado para ser uno: el sentido personal unitivo del sexo (amor) y el sentido de donación de vida del sexo (procreación). Muy aparte del costo a cada pareja, la anticoncepción ha infligido también un daño masivo a la sociedad: al forzar inicialmente una cuña entre el amor y la procreación de hijos, y luego entre sexo (esto es, sexo en sentido de diversión, sin un compromiso permanente) y amor. Sin embargo —y este es mi segundo punto— la enseñanza de la verdad deber ser siempre hecha con paciencia y compasión, lo mismo que con firmeza. La sociedad americana parece oscilar particularmente entre el puritanismo y el libertinaje. Las dos generaciones —la mía y la de mis profesores— que en su momento encabezaron en este país la oposición a la encíclica de Pablo VI, son generaciones aún reaccionando contra el rigorismo del catolicismo norteamericano de los cincuentas. Ese rigorismo, en buena parte producto de una cultura y no de una doctrina, ha sido demolido hace ya mucho tiempo. Pero el hábito del escepticismo permanece. Al llegar a estas personas, es nuestra tarea devolver su desconfianza a donde pertenece: hacia las mentiras que el mundo dice sobre el sentido de la sexualidad humana, y las patologías que esas mentiras esconden.