11. En consecuencia, al presentar la naturaleza del matrimonio cristiano a una nueva generación, debemos formular sus satisfacciones plenificantes por lo menos tan bien como sus deberes. La actitud católica hacia la sexualidad es todo menos puritana, represiva o anticarnal. Dios creó el mundo y modeló a la persona humana a su misma imagen. Por lo tanto, el cuerpo es bueno. De hecho, para mí ha sido muchas veces una fuente de gran humor escuchar de incógnito cómo personas se quejaban sobre la supuesta "sexualidad enbotellada" de la doctrina moral católica, y el tamaño de muchas buenas familias católicas (de dónde, uno se pregunta, piensan ellos que vienen los bebés). El matrimonio católico —exactamente como Jesús mismo— no es una cuestión de escasez sino de abundancia. No es una cuestión de esterilidad, sino más bien de la fecundidad que fluye del amor unitivo y procreativo. El amor conyugal católico implica siempre la posibilidad de una nueva vida, y porque lo hace, aleja la soledad y afirma el futuro. Y porque afirma el futuro, se convierte en una hoguera de esperanza en un mundo inclinado a la locura. En efecto, el matrimonio católico es atractivo porque es sincero. Está diseñado para las criaturas que somos: personas hechas para la comunión. Los esposos se completan uno al otro. Cuando Dios une a una mujer y un hombre en matrimonio, ellos crean con Él un nuevo todo, una "pertenencia" que es tan real, tan concreta, que una nueva vida, un niño, es su expresión natural y su sello. Eso es lo que la Iglesia quiere decir cuando enseña que el amor matrimonial católico es por su naturaleza tanto unitivo como procreativo, y no lo uno o lo otro.