15. Hay, por cierto, muchos beneficios maravillosos en la práctica de la planificación familiar natural. La esposa se preserva a sí misma de químicos o instrumentos y se mantiene fiel a su ciclo natural. El esposo comparte la planificación y la responsabilidad en la planificación familiar natural. Ambos aprenden un mayor grado de auto señorío y un respeto profundo por el otro. Es verdad que la planificación familiar natural requiere de sacrificios y abstinencias periódicas de relaciones. Puede a veces ser un camino difícil. Pero así puede ser toda vida cristiana seria, sea uno sacerdote, consagrado, soltero o casado. Mas aún, la experiencia de decenas de miles de parejas ha enseñado que, viviendo en oración y sin egoísmos, la planificación familiar natural profundiza y enriquece el matrimonio y termina en una mayor intimidad, y mayor alegría. En el Antiguo Testamento, Dios pidió a nuestros primeros padres ser fecundos y multiplicarse (Gén 1,28). Nos pidió que escojamos la vida (Dt 30,19). Envió a su Hijo, Jesús, para traernos la vida en abundancia (Jn 10,10) y para recordarnos que su yugo es ligero (Mt 11,30). Sospecho, por lo tanto, que lo que está en el corazón de la ambivalencia católica hacia la Humanae Vitae no es una crisis de la sexualidad, de la autoridad de la Iglesia o de relevancia moral, sino una cuestión de fe: ¿Creemos de verdad en la bondad de Dios? La Iglesia habla por su Novio, Jesucristo, y los creyentes oyen natural y ardientemente. Ella enseña a las parejas casadas el camino al amor permanente y a una cultura de vida. Treinta años de historia han registrado las consecuencias de la opción contraria.